Capítulo del libro “Acéphale”
Excelente edición de Caja Negra Editora en el 2005
Elisabeth Judas-Foerster
El judío Judas traicionó a Jesús por una suma de dinero nimia: después
de eso, se colgó. La traición de los familiares de Nietzsche no tuvo la
consecuencia brutal que tuvo la de Judas, pero resume y termina de volver
intolerable el conjunto de traiciones que deforman la enseñanza de Nietzsche
(que la colocan a la altura de las pretensiones de más corto alcance de la
fiebre actual). Las falsificaciones antisemitas de la señora Foerster, su
hermana, y del señor Richard Oehler, primo de Nietzsche, tienen además algo que
es más vulgar que el comercio de Judas: más allá de toda medida, confieren el
valor de un golpe de látigo a la máxima con la que Nietzsche expresó su horror
por el antisemitismo: ¡No frecuentar a
nadie que esté implicado en estE ENGAÑO DESFACHATADO de LAS razas![1]
El
nombre de Elisabeth Foerster-Nietzsche[2],
quien acaba de clausurar, el 8 de noviembre de 1935, una vida consagrada a una
forma muy mezquina y degradante de culto familiar, no se ha convertido todavía
en objeto de aversión... Elisabeth Foerster-Nietzsche no había olvidado, el 2
de noviembre de 1933, las dificultades que se habían introducido entre ella y
su hermano con motivo de su casamiento, en 1885, con el antisemita Bernard
Foerster. Ella misma publicó por sus propios medios una carta en la que
Nietzsche le recuerda su “repulsión” --“tan pronunciada como es posible”-- por
el partido de su marido, éste último designado con especial rencor[3].
El 2 de noviembre de 1933 frente a Adolf Hitler, a quien había recibido en
persona en el Nietzsche-Archiv en Weimar, Elisabeth Foerster daba fe del
antisemitismo de Nietzsche leyendo un texto de Bernard Foerster.
Antes de abandonar
Weimar para irse a Essen --informa el periódico El Tiempo** del 4 de noviembre
de 1933 --, el canciller Hitler visitó a la señora Elisabeth
Foerster-Nietzsche, hermana del célebre filósofo. La anciana señora le obsequió
un bastón que había pertenecido a su hermano. Le hizo también visitar los
Archivos Nietzsche.
El
señor Hitler asistió a la lectura de un texto que el doctor Foerster, agitador
antisemita, había dirigido a Bismarck en 1879, texto en donde se quejaba de “la
invasión del espíritu judío en Alemania”. Con el bastón de Nietzsche en la
mano, Hitler atravesó la muchedumbre en medio de aclamaciones y subió a su
automóvil para ir a Erfurt, y desde allí a Essen.
Nietzsche,
en una carta despectiva enviada en 1887 al antisemita Theodor Fritsch[4],
concluía con estas palabras: PERO AL FIN, ¿QUÉ CREE USTED QUE SIENTO CUANDO EL
NOMBRE DE ZARATUSTRA SALE DE BOCA DE LOS ANTISEMITAS?
El segundo Judas del Nietzsche-Archiv
Adolf
Hitler en Weimar se hizo fotografiar frente al busto de Nietzsche. Richard
Oehler, primo de Nietzsche y colaborador de Elisabeth Foerster en el Archivo,
hizo reproducir la fotografía en el frontispicio de su libro Nietzsche y el porvenir de Alemania[5].
En esta obra intentó mostrar el acuerdo profundo entre la enseñanza de
Nietzsche y de Mein Kampf [Mi lucha]. Reconoce, es cierto, la
existencia de pasajes de Nietzsche que no serían hostiles a los judíos, pero
concluye:
(...) Lo que más nos importa es esta
advertencia: “¡Ni un judío más! ¡Cerrémoles nuestras puertas, sobre todo hacia
el este! (...) Alemania tiene ya su buen número de judíos, el estómago y la
sangre alemanes deberán padecer largo tiempo antes de haber asimilado esa dosis
de ‘lo judío’; no tenemos la digestión tan activa como los italianos, los
franceses, los ingleses, que pasaron por el trance de manera mucho más
expeditiva”. Obsérvese que esto es expresión de un sentimiento más general que
exige que se lo escuche y que se actúe en consecuencia. “¡Ni un judío más! ¡Cerrémoles
nuestras puertas, sobre todo hacia el este (incluida Austria)!”. He aquí lo que
reclama el instinto de un pueblo cuyo carácter es todavía tan débil y tan poco
marcado que corre el riesgo de ser abolido por la mezcla con una raza más
enérgica.
No
se trata aquí solamente de “engaño desfachado” sino de una falsedad grosera y
conscientemente elaborada. Este texto figura, en efecto, en Más allá del bien y del mal (§ 251),
pero la opinión que expresa no es la de Nietzsche; ¡es la de los antisemitas, retomada
por Nietzche a modo de burla!
No encontré todavía
un alemán --escribe-- que deseara el bien a los judíos; los políticos y los
sabios, todos ellos y sin reserva, se esfuerzan en vano en condenar el
antisemitismo. Lo que reprueban su sabiduría y su política, no se equivoquen ustedes,
no es el sentimiento mismo, sino únicamente sus dudosos desencadenamientos, y
las inconvenientes y vergonzosas manifestaciones que este sentimiento provoca
una vez desencadenado. Se dice
simplemente que Alemania ya está demasiado, etcétera.
¡Y sigue el texto convocado
por el fascista falsario a cuenta de Nietzsche! Un poco más adelante se ofrece
una conclusión práctica de estas consideraciones: “Se podría muy bien comenzar
por echar a la calle a los antisemitas escandalosos...” Esta vez Nietzsche
habla en su nombre. El conjunto del aforismo se expresa en el sentido de la
asimilación de los judíos por parte de los alemanes.
No matar:
reducir a la servidumbre
¿ACASO
MI VIDA HACE VEROSÍMIL QUE YO PUEDA
HABERME DEJADO “CORTAR LAS ALAS” POR CUALQUIERA?[6].
El tono con el cual Nietzsche respondía en vida a los antisemitas inoportunos
excluye toda posibilidad de tratar la cuestión con ligereza, de considerar la
traición de los Judas de Weimar como venial: de eso se tratan las “alas
cortadas”.
Los
parientes de Nietzsche emprendieron algo tan bajo como la tarea de reducir a
una servidumbre envilecedora a quien pretendía arrasar con la moral servil. ¿Es
posible acaso que no haya en el mundo rechinamientos de dientes y que esto no
se convierta en una evidencia que, en la creciente desorientación, cause el
silencio y la violencia? ¿Cómo, bajo el golpe de la ira, podría no ser de una
claridad enceguecedora que, en el momento en que toda la humanidad se precipita
hacia la servidumbre, haya algo que no deba ser sojuzgado, que no pueda ser
sojuzgado?
LA
DOCTRINA DE NIEZSCHE NO PUEDE SER SOJUZGADA. Solamente puede ser seguida.
Ubicarla luego de o al servicio de cualquier
cosa ajena es una traición que merece el desprecio de los lobos por los perros.
¿ACASO
LA VIDA DE NIEZSCHE HACE VEROSÍMIL QUE HAYA PODIDO DEJARSE “CORTAR LAS ALAS”
POR CUALQUIERA? Sea el antisemitismo o el fascismo, sea el socialismo, no hay
más que utilización. Nietzsche se
dirigía a espíritus libres, incapaces
de dejarse utilizar.
Izquierda y
derecha nietzscheanas
El
movimiento mismo del pensamiento de Nietzsche implica una debacle de los
diferentes fundamentos posibles de la política actual. Las derechas fundan su
acción en su ligazón afectiva con el pasado. Las izquierdas la fundan en
principios racionales. Ahora bien, Nietzsche rechaza por igual la ligazón con
el pasado y los principios racionales (justicia, igualdad social). Debería
entonces ser imposible utilizar sus enseñanzas en cualquier sentido posible.
Pero
esas enseñanzas representan una fuerza de seducción incomparable, y en
consecuencia una “fuerza” a secas que los políticos debían estar tentados de
sojuzgar, o al menos de conciliar en beneficio de sus emprendimientos. Las
enseñanzas de Nietzsche “movilizan” la voluntad y los instintos agresivos: era
inevitable que las acciones existentes buscaran arrastrar dentro de su
movimiento esas voluntades e instintos convertidos en móviles, y que habían
quedado inutilizados.
La
ausencia de toda posibilidad de adaptación a alguna de las direcciones de la
política no tuvo, en estas condiciones, más que un solo resultado. La
exaltación nietzscheana, al no ser solicitada más que en razón de un
desconocimiento de su naturaleza, pudo serlo en las dos direcciones a la vez.
En cierta medida, se formó una derecha y una izquierda nietzscheanas, de la
misma manera que se formó en otros tiempos una derecha y una izquierda
hegelianas[7].
Pero Hegel se había situado a sí mismo en el plano político, y sus concepciones
dialécticas explican la formación de dos tendencias opuestas en el desarrollo
póstumo de su doctrina. Se trata en un caso de desarrollos lógicos y
consecuentes, y en el otro de inconsecuencia, de ligereza o de traición. En
conjunto, la exigencia expresada por Nietzsche, lejos de ser comprendida, fue
tratada como todo en un mundo en donde la actitud servil y el valor de utilidad parecen ser los únicos
admisibles. A la medida de ese mundo, la transvaloración de los valores,
incluso si fue objeto de esfuerzos reales de comprensión, permaneció tan
generalmente ininteligible que las traiciones y las interpretaciones banales de
que es objeto pasan más o menos desapercibidas.
“Observaciones para los asnos”
El propio Nietszche dijo que
no sentía más que repugnancia por los partidos políticos de su tiempo, pero
existe un equívoco a propósito del fascismo que no se desarrolló hasta mucho
tiempo después de su muerte. Además, el fascismo es el único movimiento
político que consciente y sistemáticamente utilizó la crítica nietzscheana.
Según el húngaro Georg Lukacs (uno de los pocos entre los teóricos marxistas
actuales, parece, que tuvieron una conciencia profunda de la esencia del
marxismo; aunque es cierto que desde que se tuvo que refugiar en Moscú quedó
moralmente quebrado, y que no es más que la sombra de sí mismo), “la diferencia
muy clara a nivel ideológico entre Nietzsche y sus sucesores fascistas no llega
a ocultar el hecho histórico fundamental, que hace de Nietzsche uno de los
principales ancestros del fascismo” (Littérature
internationale, 1935, nº 9, pág. 79). El análisis sobre el que Lukacs funda
esta conclusión es quizás refinado y hábil a veces, pero no es más que un
análisis que prescinde de la consideración de la totalidad, es decir, de eso
que sólo es “existencia”. Fascismo y nietzscheísmo se excluyen, incluso se
excluyen con violencia, desde el momento en que uno y otro son considerados en
su totalidad: por un lado la vida se encadena y estabiliza en una servidumbre
sin fin, por el otro respira no solamente aire libre sino un viento de
borrasca; por un lado el encanto de la cultura humana se quiebra para dejar
lugar a la fuerza vulgar, por el otro la fuerza y la violencia se consagran
trágicamente a ese hechizo. ¿Cómo es posible no percibir el abismo que separa a
un Cesar Borgia, a un Malatesta, de un Mussolini? Unos son insolentes
denigradores de las tradiciones y de toda moral que sacan partido de
acontecimientos sangrientos y complejos en beneficio de una avidez de vivir que
los sobrepasa; el otro se ve sojuzgado lentamente por medio de todo aquello que
pone en movimiento paralizando poco a poco su impulso primitivo. Ya a ojos de
Nietzsche, Napoleón parecía “corrompido por los medios que se había visto obligado a emplear”; Napoleón “había perdido la nobleza de carácter”[8].
Una presión infinitamente más pesada se ejerce sin ninguna duda sobre los
dictadores modernos, reducidos a encontrar su fuerza identificándose con todos
los impulsos que Nietzsche despreciaba en las masas, en particular “esa
admiración mentirosa de sí misma que practican las razas”[9].
Existe un sarcasmo corrosivo en el hecho de imaginar un acuerdo posible entre
la existencia nietzscheana y una organización política que empobrece la
existencia al máximo, que encarcela, que exilia o asesina a todo lo que podría
constituir una aristocracia[10]
de “espíritus libres”. Como si no saltara a la vista que Nietzsche, cuando
reclamaba un amor a la medida del sacrificio de la vida, lo hacía por la “fe”
que comunica, para los valores que su
propia existencia convertía en reales, y evidentemente no para una patria...
“Observación para los asnos”,
escribía el propio Nietzsche, temiendo una confusión del mismo orden, también
miserable[11].
Mussolini nietzscheano
En la medida en que el
fascismo se relaciona con una fuente filosófica,
no es con Nietzsche sino con Hegel[12]
con quien debe vinculárselo. No hay más que remitirse al artículo que el propio
Mussolini consagró en la Enciclopedia
Italiana al movimiento que él mismo había creado[13]:
el vocabulario, y más que el vocabulario, el espíritu, son hegelianos, no
nietzscheanos. Es cierto que Mussolini emplea allí dos veces la expresión
“voluntad de poder”: pero no es por azar que esta voluntad no es más que un
atributo de la idea que unifica la multitud...[14]
El agitador rojo sufrió la
influencia de Nietzsche: el dictador unitarista se mantuvo aparte. El régimen
mismo se expresó acerca de la cuestión. En un artículo de Fascismo de julio de 1933, Cimmino niega toda filiación ideológica
entre Nietzsche y Mussolini. Solamente la voluntad de poder constituiría un
lazo entre sus doctrinas. Pero la voluntad de poder de Mussolini “no es
egoísta”, se predica a todos los italianos, a los que el duce quiere convertir en “superhombres”. Porque, afirma el autor,
“cuando incluso nosotros seamos superhombres, no seguiremos siendo más que
hombres... Que por otra parte a Mussolini le guste Nietzsche es más que
natural: Nietzsche pertenecerá siempre a todos los hombres de acción y de
voluntad... La diferencia profunda entre Nietzsche y Mussolini está en el hecho
de que el poder en tanto que voluntad, la fuerza, la acción, son productos del
instinto, diría casi de la naturaleza física. Pueden pertenecer a personas
completamente opuestas, pueden ser puestas al servicio de los fines más
diversos. Por el contrario, la ideología es un factor espiritual, es ella quien
une verdaderamente a los hombres”. No tiene sentido insistir en el idealismo
abierto de este texto que tiene el mérito de la honestidad si se lo compara con
los textos alemanes. Más notable es ver al duce
quedar limpio de una posible acusación de egoísmo nietzscheano. Las esferas
dirigentes del fascismo parecen haberse quedado en la interpretación
stirneriana de Nietzsche expresada alrededor de 1908 por el propio Mussolini[15].
Para
Stirner, para Nietzsche --escribía entonces el revolucionario-- y para todos aquellos que, en su Geniale Mensch, Turk denomina los antísofos del egoísmo,
el Estado es opresión organizada en detrimento del individuo. Y sin embargo,
incluso para los animales de presa, existe un principio de solidaridad... El
instinto de sociabilidad, según Darwin, es inherente a la propia naturaleza del
hombre. Es imposible representarse a un ser humano que viva fuera de la cadena
infinita de sus semejantes. Nietzsche sintió profundamente la “fatalidad” de
esta ley de solidaridad universal. El superhombre nietzscheano intenta escapar
a la contradicción: desencadena y dirige contra la masa exterior su voluntad de
poder, y la grandeza trágica de sus emprendimientos proporciona al poeta --por
poco tiempo más-- una materia digna de ser cantada...
Así se explica que Mussolini,
acusando las influencias no italianas que se ejercieron sobre el fascismo
naciente, hable de Sorel, de Péguy, de Lagardelle, y no de Nietzsche. El
fascismo oficial pudo utilizar las máximas nietzscheanas tónicas disponiéndolas
sobre los muros: esto no excluye que sus simplificaciones brutales deban ser
mantenidas aparte del mundo nietzscheano, demasiado libre, demasiado complejo,
demasiado desgarrador. Esta prudencia parece descansar, es cierto, sobre una
interpretación de la actitud de Nietzsche pasada de moda: pero esta
interpretación fue posible, y lo fue porque el movimiento del pensamiento de
Nietzsche constituye en última instancia un dédalo, es decir, todo lo
contrario de las directivas que los
sistemas políticos actuales piden a sus inspiradores.
Alfred Rosenberg
Sin embargo, a la prudencia
del fascismo italiano se opone la afirmación hitleriana. Nietzsche, en el
panteón racista, no ocupa ciertamente un lugar oficial. Chamberlain, Paul de
Lagarde o Wagner dan satisfacciones más sólidas a la profunda “admiración de sí
misma” que practica la Alemania del Tercer Reich. Pero cualesquiera sean los
peligros de la operación, esta nueva Alemania debió reconocer a Nietzsche y
utilizarlo. Representaba demasiados instintos movilizados disponibles para
cualquier acción violenta, sin importar cuál, y la falsificación era todavía
demasiado fácil. La primera ideología desarrollada del nacionalsocialismo tal
como surgió del cerebro de Alfred Rosenberg logra acomodar a Nietzsche.
Antes que nada, los
chauvinistas alemanes debían liberarse de la interpretación stirneriana,
individualista. Alfred Rosenberg, haciendo justicia al nietzscheísmo de
izquierda, parece tomarse a pecho con rabia el hecho de arrancar a Nietzsche de
las garras del joven Mussolini o sus semejantes:
Friedrich
Nietzsche --dice en su Mythe
du XXème siècle [Mito del siglo XX][16]-- representa el grito desesperado de
millones de oprimidos. Su prédica salvaje del superhombre era una amplificación
poderosa de la vida individual, subyugada, aniquilada por la presión material
de la época... Pero una época amordazada desde generaciones atrás no llega a
comprender por impotencia más que el costado subjetivo de la gran voluntad y de
la experiencia vital de Nietzsche. Nietzsche exigía con pasión una personalidad
fuerte: su exigencia falsificada se convirtió en un llamado, un
desencadenamiento de todos los instintos. Alrededor de su estandarte se
reunieron los batallones rojos y los profetas nómades del marxismo, una clase
de hombres cuya doctrina insensata nunca fue denunciada más irónicamente que
por Nietzsche. En su nombre, avanzó la contaminación de la raza por parte de
los negros y los sirios, mientras que él mismo se amoldaba duramente a la disciplina
característica de nuestra raza. Nietzsche había caído en los sueños de febriles
gigolos, lo que es peor que caer en manos de una banda de ladrones. El pueblo
alemán ya no escuchó hablar más que de supresión de las restricciones, de
subjetivismo, de “personalidad”, pero ya no se trataba de la disciplina y la
construcción interior. La más bella palabra de Nietzsche (“Desde el futuro se
aproximan vientos con extraños golpes de alas, y en sus oídos resuena la buena
nueva”) no era más que una intuición nostálgica en medio de un mundo insano en
el que era, junto con Lagarde y Wagner, prácticamente el único clarividente.
“Si usted supiera cuánto me
reí la primavera pasada leyendo las obras de ese testarudo sentimental y
vanidoso que se llama Paul de Lagarde”: así se expresaba Nietzsche refiriéndose
al célebre pangermanista[17].
La risa de Nietzsche podría evidentemente extenderse de Lagarde a Rosenberg, la
risa de un hombre asqueado tanto por los socialdemócratas como por los
racistas. Por otra parte, la actitud de un Rosenberg no puede ser simplemente
tenida por un niezscheísmo vulgar (como se admite a veces, como lo admite
Edmond Vermeil). El discípulo no es solamente vulgar, sino prudente: el simple
hecho de que un Rosenberg hable de Nietzsche es suficiente para “cortar las
alas”, pero nunca le parece a un hombre de esta especie que las alas estén
suficientemente recortadas. Según él, todo lo que no es nórdico debe ser
suprimido rigurosamente. ¡Ahora bien, solamente los dioses del cielo son
nórdicos!
Mientras
que los dioses griegos --escribe[18]--
eran los héroes de la luz y del cielo, los dioses del Asia Menor no aria
asumían todos los caracteres de la tierra... Dioniso (al menos por su faz no
aria) es el dios del éxtasis, de la lujuria, de la bacanal desencadenada...
Durante dos siglos se llevó a cabo la interpretación de Grecia. De Winckelmann
a Voss, pasando por los clásicos alemanes, se insistió sobre la luz, con la
mirada vuelta al mundo, lo inteligible... La otra corriente, romántica, se
alimenta de los afluentes secundarios indicados al final de la Ilíada por la
fiesta de los muertos, o en Esquilo por la acción de las Erinias. Se vivificó
en los contradioses ctónicos del Zeus olímpico. Partiendo de la muerte y de sus
enigmas, esta corriente venera a las diosas madre con Demeter a la cabeza, y
finalmente resplandece en el dios de los muertos: Dioniso. Es en este sentido
que Welcker, Rohde y Nietzsche convirtieron a la misma Madre Tierra en una
engrendadora de la vida, informe en sí misma, que retorna perpetuamente a
través de la muerte en su seno. El gran romanticismo alemán se sacudía en
estremecimientos de adoración, y como se extendían velos cada vez más sombríos
frente a la faz radiante de los dioses del cielo, se hundió siempre más
profundamente en lo instintivo, lo informe, lo demoníaco, lo sexual, lo
extático, lo ctónico, en el culto de la Madre.
Viene a colación recordar aquí
antes que nada que Rosenberg no es el pensador oficial del Tercer Reich, y que
por supuesto su anticristianismo no recibió ninguna consagración. Pero cuando
expresa su repulsión por los dioses de la Tierra y por las tendencias
románticas que no tienen como objeto inmediato una composición de fuerzas, sin
lugar a dudas expresa la repulsión del propio nacionalsocialismo. El nacionalsocialismo
es menos romántico y lo más maurrasiano que uno
puede a veces imaginar, y no hay que olvidar que Rosenberg es su expresión
ideológica más cercana a Nietzsche: el jurista Carl Schmitt, que no lo encarna
con menos realidad que Rosenberg, está muy cerca de Maurras; de origen
católico, siempre fue ajeno a la influencia de Nietzsche.
Una “religión higiénica y pedagógica”:
el neopaganismo alemán
Es el “neopaganismo” alemán[19]
el que introdujo la leyenda de un nacionalsocialismo poético. Solamente en la
medida en que el racismo desemboca en esta forma religiosa excéntrica, expresa
una cierta corriente vitalista y anticristiana del pensamiento alemán.
Es exacto que una creencia
algo caótica, pero organizada, representa hoy libremente en Alemania esa corriente
mística que, a partir de la gran época romántica, se expresa en escritos tales
como los de Bachofen, Nietzsche y, más recientemente, Klages[20].
Dicha corriente nunca tuvo la menor unidad, pero se distingue por la
valorización de la vida contra la razón y por la oposición de las formas
religiosas primitivas al cristianismo. En el interior del nacionalsocialismo,
Rosenberg representa hoy la tendencia más moderada. Teóricos profetas mucho más
aventureros (Hauer, Bergmann), se encargan, después del conde Reventlow, de
intentar una organización cultual análoga a la de las iglesias. Esta tentativa
no es nueva en Alemania, en donde “una comunidad de la Fe germánica” existía ya
a partir de 1908, y en donde el mariscal Ludedorf mismo quiso convertirse,
después de 1923, en el jefe de una iglesia alemana. Después de la toma del
poder por parte de Hitler, las diversas organizaciones existentes reconocieron
en un congreso la comunidad de sus objetivos y se unieron para formar el
“Movimiento de la fe alemana”.
Pero si es un hecho que los
prosélitos de la nueva religión no oponen a la exaltación romántica los límites
estrechos y completamente militares de Rosenberg, no por ello están menos de
acuerdo en el punto que, una vez proclamado el anticristianismo y divinizada la
vida, su única religión sea la raza, es decir, Alemania. El antiguo misionario
protestante Hauer exclama: “No hay más que una virtud: ¡ser alemán!”. Y el
extravagante Bergmann, apasionado por el psicoanálisis y la “religión
higiénica”, afirma que si “Jesús de Nazareth, médico y protector del pueblo,
volviera hoy, descendería de la cruz a la cual lo clava todavía una falsa
comprensión; reviviría como médico del pueblo, como doctrinario de la higiene
de la raza”.
¡El nacionalsocialismo no
escapa a la estrechez tradicional y pietista más que para asegurar mejor su
pobreza mental! El hecho de que adeptos de la nueva fe practiquen ceremonias
durante las cuales se leen pasajes de Zaratustra termina de situar esta comedia
muy lejos de la exigencia nietzscheana, en la más vulgar fraseología de los
histriones que se imponen en todas partes a la fatiga.
Es necesario agregar
finalmente que los dirigentes del Reich parecen poco inclinados, cada vez menos
inclinados, a sostener este movimiento heteróclito: el cuadro de la
participación dada en la Alemania de Hitler al entusiasmo libre, anticristiano,
y que se daba una apariencia nietzscheana, finaliza entonces vergonzosamente.
Más profesoral...
Queda --y quizás sea lo más
serio--, la tentativa consecuente del señor Alfred Baeumbler, que utiliza
conocimientos reales y cierto rigor teórico en la construcción de un
nietzscheísmo político. El pequeño libro de Baeumbler, Nietzsche, le philosophe et le politicien [Nietzsche, el filósofo y el político][21],
publicado por Ediciones Reclam en una tirada de numerosos ejemplares, hace
salir del dédalo de las contradicciones nietzscheanas la doctrina de un pueblo
unido por una voluntad de poder común. Tal trabajo es en efecto posible, y era
fatal que fuese hecho. Desprende del conjunto una figura precisa, nueva,
notablemente artificial y lógica. Imaginemos a Nietzsche, preguntándose en
algún momento: “¿Para qué podría ser útil
lo que yo experimenté, lo que percibí?”. Es, en efecto, lo que el señor
Baeumbler no hubiera dejado de preguntarse en su lugar. Y como es imposible ser
útil a lo que no existe, Baeumbler se remite necesariamente a la existencia que
se le impone, que hubiera debido imponérsele a Nietzsche, la de la comunidad a
la que uno y otro se deben por nacimiento. Tales consideraciones serían
correctas a condición de que la hipótesis formulada hubiera podido recibir un
sentido en el espíritu de Nietzsche. Sigue siendo posible otra suposición: lo
que Nietzsche experimentó, lo que percibió, no podía ser reconocido por él como
una utilidad sino como un fin. Al igual que Hegel esperó que el Estado prusiano
realizase el espíritu, Nietzsche, después de haberla vituperado, hubiera podido
esperar oscuramente que Alemania diera un cuerpo y una voz reales a
Zaratustra... Pero parece que la inteligencia del señor Baeumler, más exigente
que la de un Bergmann o la de un Oehler, elimina las representaciones demasiado
cómicas. Le pareció cómodo descuidar todo lo que había sido experimentado por
Nietzsche de manera demasiado indiscutible como fin, y no como medio, y lo
descuidó abiertamente a través de observaciones positivas.
Cuando Nietzsche habla de la
muerte de Dios emplea un lenguaje conmocionado que es prueba de la experiencia
interior más desesperante. Baeumler escribe:
Para
comprender exactamente la actitud de Nietzsche respecto del cristianismo, no
hay que perder de vista que la frase decisiva, Dios ha muerto, tiene el sentido
de una constatación histórica.
Al describir lo que había
experimentado la primera vez que se le presentó la visión del eterno retorno,
Nietzsche escribía: “La intensidad de mis sentimientos me hacía a la vez
temblar y reír... y no eran lágrimas de enternecimiento, eran lágrimas de
júbilo”.
En
realidad --afirma Baeumler--, la idea del eterno retorno no tiene importancia
desde el punto de vista del sistema Nietzsche. Debemos considerarla como
expresión de una experiencia intensamente personal. No tiene ninguna relación
con el pensamiento fundamental de la voluntad de poder, e incluso, tomada en
serio, esta idea quebraría la coherencia de la voluntad de poder.
De todas las representaciones
dramáticas que dieron a la vida de Nietzsche el carácter de un desgarramiento y
de un combate palpitante de la existencia humana, la idea de eterno retorno es
por cierto la más inaccesible. Pero de la incapacidad de acceder a ella, a la
resolución de no tomarla en serio, se ha franqueado el paso del traidor.
Mussolini reconocía en otras épocas que la doctrina de Nietzsche no podía ser
reducida a la idea de voluntad de poder. A su manera Baeumler, acorralado en la
traición y dando el paso, lo reconoce con un resplandor incomparable:
castrándola a plena luz del día...
El “país de mis hijos”
La utilización de Nietzsche
exige antes que nada que toda su experiencia patética se oponga al sistema y le
deje lugar. Pero su exigencia se extiende más lejos.
Baeumler opone a la
comprensión de la Revolución la comprensión del mito: la primera estaría
ligada, según él, a la conciencia del futuro;
la segunda, a un sentimiento agudo del pasado[22].
Se sobreentiende que el nacionalismo implica la sumisión al pasado. En un artículo de Esprit
(1 de noviembre de 1934, pp. 199-208), Levinas acuñó, en relación con este
punto, una expresión filosófica del racismo en particular más profunda que la
de sus partidarios. Si citamos aquí lo esencial de ella, la oposición de base
entre la enseñanza de Nietzsche y su encadenamiento resurgirá quizás, esta vez,
con una brutalidad bastante grande:
La
importancia --escribe Levinas-- acordada a ese sentimiento del cuerpo con el
que el espíritu occidental no se quiso nunca dar por satisfecho está en la base
de una nueva concepción biológica del hombre. Lo biológico, con todo lo que
implica de fatalidad, se convierte en algo más que un objeto de la vida
espiritual: se convierte en el corazón. Las misteriosas voces de la sangre, los
llamados de la herencia y del pasado a los que el cuerpo sirve de enigmático
vehículo pierden su naturaleza de problemas sometidos a la solución de un Yo
soberanamente libre. El Yo no aporta para resolverlos más que las incógnitas
mismas de ese problema. Está constituido por ellas. La esencia del hombre no
está ya en la libertad, sino en una especie de encadenamiento ...
Desde
entonces, toda estructura social que anuncie una emancipación en relación con
el cuerpo y que no lo comprometa, se convierte en sospechosa, como si fuera una
negación, una traición... Una sociedad de base cosanguínea se desprende
inmediatamente de esta concretización del espíritu... Toda asimilación racional
o comunión mística entre espíritus que no se apoye sobre una comunidad de
sangre es sospechosa. Y sin embargo el nuevo tipo de verdad no podría renunciar
a la naturaleza formal de la verdad, y dejar de ser universal. La verdad se
esfuerza en vano en ser mi verdad en el sentido más fuerte del
posesivo, debe tender a la creación de un mundo nuevo. Zaratustra no se
conforma con su transfiguración; desciende de su montaña y trae un evangelio.
¿Cómo puede ser compatible la universalidad con el racismo? Habría allí una
modificación fundamental de la idea misma de universalidad. Debe abrir paso a la idea de expansión, porque la expansión de una fuerza presenta una
estructura completamente distinta a la de la propagación de una idea... La
voluntad de poder de Nietzsche que la Alemania moderna vuelve a encontrar y
glorifica no es solamente un nuevo ideal, es un ideal que trae al mismo tiempo
su forma propia de universalización: la guerra, la conquista.
Levinas, que introduce la
identificación de la actitud nietzscheana con la actitud racista y no se ocupa
de justificarla, se limita a dar de hecho, sin haberlo buscado, una
deslumbrante evidencia de su incompatibilidad e incluso de su carácter de
contrarios.
La comunidad sanguínea[23]
y el encadenamiento al pasado están en su conexión tan alejados como puede ser
posible, fuera de la vista de un hombre que reivindicaba con mucho orgullo el
apelativo de “sin patria”. Y la comprensión de Nietzsche debe considerarse cerrada para aquellos que no
atribuyan todo el lugar que
corresponde a la profunda paradoja de
otro epíteto que no reivindicaba con menos orgullo, el de hijo del porvenir[24].
A la comprensión del mito que Baeumler relacionaba con el sentimiento agudo del
pasado, responde el mito nietzscheano
del porvenir[25].
El porvenir, la maravillosa incógnita del porvenir, es el único objeto de la
fiesta nietzscheana[26].
“La humanidad, en el pensamiento de Nietzsche, tiene todavía suficiente tiempo,
más tiempo por delante que por detrás, ¿cómo, de una manera general, el ideal
podría ser aprehendido en el pasado?”[27].
El don agresivo y gratuito de uno mismo al porvenir, en oposición a la avaricia
chauvinista, encadenada al pasado, es lo único que puede fijar una imagen lo
suficientemente grande de Nietzsche en la persona de Zaratustra que exigía ser
negada. Los “sin patria”, los desencadenados del pasado que viven hoy, ¿cómo
pueden, sin inmutarse, ver encadenar a la miseria patriótica a aquel de entre
ellos cuyo odio a esta miseria consagraba al país de sus hijos? Zaratustra,
cuando las miradas de los otros se aferraban al país de sus padres, a su
patria, veía el país de sus hijos[28].
Frente a este mundo cubierto de pasado, cubierto de patrias como un hombre está
cubierto de llagas, no existe expresión más paradójica, ni más apasionada, ni
mayor.
“Nosotros,
los sin patria...”
Hay algo trágico en el simple
hecho de que el error de Levinas sea posible (porque se trata sin duda en este
caso de un error, no de una postura de base). Las contradicciones por las que
mueren los hombres aparecen de pronto extrañamente insolubles. Porque si los
partidos opuestos, al adoptar soluciones opuestas, resolvieron en apariencia
esas contradicciones, no se trata más que de simplificaciones groseras: y estas
apariencias de solución no hacen más que alejar las posibilidades de escapar a
la muerte. Los desencadenados del pasado son los encadenados a la razón;
quienes no están encadenados a la razón son los esclavos del pasado. El juego
de la política exige para producirse posiciones igual de falsas y no parece
posible cambiarlas. Transgredir por medio de la vida las leyes de la razón,
responder a las exigencias de la vida misma contra la razón es, en política,
entregarse prácticamente con las manos atadas al pasado. Y sin embargo la vida
exige tanto ser liberada del pasado como de un sistema de medidas racionales y
administrativas.
El movimiento apasionado y
tumultuoso que forma la vida, que responde a lo que ella exige de extraño, de
nuevo, de perdido, aparece algunas veces encarnado por
la acción política: ¡no se trata más que de una corta ilusión! El movimiento de
la vida no se confunde con los movimientos limitados de las formaciones
políticas más que en condiciones definidas[29];
en otras condiciones, se continúa mucho más allá, precisamente allí en donde se
perdía la mirada de Nietzsche.
Mucho más allá, donde las
simplificaciones adoptadas para un tiempo y una finalidad muy estrechos pierden
su sentido, allí donde la existencia, allí donde el universo que la brinda
aparecen de nuevo como un dédalo...
No hacia las pobrezas
inmediatas, sino hacia ese dédalo que, único, encierra las posibilidades
numerosas de la vida, se dirige el pensamiento contradictorio de Nietzsche, a
merced de una libertad sombría[30].
Parece incluso el único que escapa, en el mundo actual, a las preocupaciones
apremiantes que nos obligan a negarnos a abrir los ojos tan lejos. Los que ya
perciben el vacío en las soluciones propuestas por los partidos, los que no ven
siquiera en la esperanza suscitada por esos partidos más que una oportunidad de
guerras desprovistas de otro olor que no sea el de la muerte, buscan una fe a
la medida de las convulsiones que sufren: la posibilidad, para el hombre, de
volver a encontrar no ya un estandarte y las matanzas sin salida que encabeza
dicha insignia, sino todo lo que en el universo puede ser objeto de risa, de
maravilla o de sacrificio...
“Nuestros
ancestros --escribía Nietzsche--, eran cristianos de una lealtad sin igual que,
por su fe, habrían sacrificado sus bienes y su sangre, su estado y su patria.
Nosotros, nosotros hacemos lo mismo. ¿Pero por qué, entonces? ¿Por irreligión
personal? ¿Por irreligión universal? ¡No, ustedes lo saben mucho mejor, amigos
míos! El SI que se esconde en ustedes es más fuerte que todos los NO y todos
los TAL VEZ de los que están enfermos juntos con su época: y si es preciso que
se vayan al mar, ustedes, emigrantes, desvélense dentro de ustedes mismos para
encontrar... una fe...”[31].
La enseñanza de
Nietzsche elabora la fe de la secta o del “orden” cuya voluntad dominante hará
el destino humano libre, arrancándolo de la servidumbre racional de la
producción como de la servidumbre irracional hacia el pasado. Que los valores
trastocados no puedan ser reducidos al valor de utilidad es un principio de una
importancia vital tan candente que subleva con él todo lo que la vida aporta
como voluntad tempestuosa de vencer. Fuera de esta resolución definida, esta
enseñanza no da lugar más que a las inconsecuencias o a las traiciones de
quienes pretenden contemplarlas. La servidumbre tiende a englobar la existencia
humana completa, y lo que está en cuestión es el destino de esta existencia
libre.
* (N. de la T.) En la edición crítica
española de Georges Bataille (Obras Escogidas, Barcelona, Barral, 1974),
este texto, anónimo en el número original de Acéphale, aparece atribuido
a Georges Bataille.
** (N. de la T.) En el original
francés se habla del periódico Temps.
No está claro si se trata de una cita de un periódico francés (en cuyo caso
debería haber sido Le Temps) o una
traducción al francés del título de un periódico alemán, por ejemplo Die Zeit (tiempo).
[1] Œuvres posthumes, traducción de Bolle, París, Éditions du Mercure
de France, 1934, 858, pág. 309.
[2] Sobre E . Foerster-Nietzsche, véase
la necrológica de W. F. Otto en Kanstudien,
1935, nº 4, pág. V (dos retratos); pero mejor todavía, E. Podach, L’effondrement de Nietzsche [El
derrumbe de Nietzsche] (traducción francesa), París, NRF, 1931; Podach
otorga realidad a las expresiones de Nietzsche acerca de su hermana (“las
personas como mi hermana son inevitablemente adversarios irreconciliables de mi
manera de pensar y de mi filosofía”;
citado por Podah, pág. 68): la desaparición de documentos, las omisiones
vergonzosas del Nietzsche-Archiv ya
podían ser cargadas en la cuenta de este singular “adversario”.
[3] Carta del 21 de mayo de 1887,
publicada en francés en Lettres choisies,
París, Stock, 1931.
[4] La segunda de las cartas a Theodor
Fritsch, que fue publicada en francés por M. P. Nicolas (De Hitler à Nietzsche [De
Hitler a Nietzsche], París, Fasquelle, 1936, pp. 131-134). Debemos
señalar aquí el interés de la obra de Nicolas, cuya intención es, en conjunto,
análoga a la nuestra, y que suministra importantes documentos. Pero hay que
lamentar que el autor haya estado preocupado antes que nada por mostrar a Benda
que no debía ser hostil a Nietzsche... y desear que Benda siga siendo fiel a sí
mismo...
[5] Friedrich
Nietzsche und die deutsche Zukunft [Friedrich Nietzsche y el futuro alemán],
Leipzig, 1935. R. Oehler pertenece a la familia de la madre de Nietzsche.
[6] En la primera de las dos cartas a
Theodor Fritsch: véase más arriba, nota 4.
[7] “¿No hubo acaso un hegelianismo de
derecha y otro de izquierda? Puede haber un nietzscheísmo de derecha y de
izquierda. Y me parece que incluso la Moscú de Stalin y Roma, ésta consciente y
aquella inconsciente, plantean estos dos nietzscheísmos” (Drieu La Rochelle, Socialisme fasciste [Socialismo
fascista], NRF, 1934, pág. 71). En el artículo donde figuran estas líneas
(titulado “Nietzsche contra Marx”) Drieu, reconociendo que “no será nunca más
que un residuo de su pensamiento que habrá sido librado a la brutal explotación
de los activistas”, reduce a Nietzsche a la voluntad de iniciativa y a la
negación del optimismo del progreso... De hecho, si no en derecho, la
distinción de dos nietzscheísmos opuestos no está menos justificada en el
conjunto. A partir de 1902, en un panfleto titulado Nietzsche socialiste malgré lui [Nietzsche socialista a pesar de
él] (“Journal des
Débats”, 2 de septiembre de 1902), Bourdeau hablaba irónicamente de los
nietzscheanos de derecha e izquierda. Jaurès (que en una conferencia en Ginebra
identificaba al superhombre con el proletariado), Bracke (traductor de Humano, demasiado humano), Georges
Sorel, Félicien Challaye pueden ser citados en Francia entre los hombres de
izquierda que se interesaron en Nietzsche. Es lamentable que la conferencia de
Jaurès se haya perdido, y es importante señalar una vez más que la principal
obra sobre Nietzsche se debe a Charles Andler, editor simpatizante del Manifiesto Comunista.
[8] La
voluntad de poder, § 1026 (Œuvres
Complètes, Leipzig, 1911, tomo XVI, pág. 376).
[9] La
Gaya Ciencia, § 377.
[10] Nietzsche habla de
aristocracia, habla incluso de esclavitud, pero si se expresa a propósito de
los “nuevos amos”, habla de “su nueva santidad”, de su “capacidad de renuncia”.
“Entregan --escribe-- a los más bajos el derecho a la felicidad, renuncian a
ella para sí mismos”.
[11] La voluntad de poder, 942 (Œuvres
Complètes, 1911, tomo XVI, pág. 329).
[12] Se sabe que el hegelianismo,
representado por Gentile, es prácticamente la filosofía oficial de la Italia
fascista.
[13] Sub verbo “Fascismo”. El artículo fue traducido encabezando Le Fascisme [El fascismo], Benito
Mussolini, Denoël et Steele, 1933.
[14] Mussolini escribe a propósito
del pueblo: “No se trata ni de raza ni de región geográfica determinada, sino
de un grupo que se perpetúa históricamente, de una multitud unificada por una
idea que es una voluntad de existencia y de poder...” (Ed. Denoël et
Steele, pág. 22).
[15] En un artículo publicado
entonces en un periódico de Romagna, y reproducido por Marguerite G. Sarfatti (Mussolini, traducción francesa, Albin
Michel, 1927, pp. 117-121).
[16] Der Mythus der 20. Jahrhunderts [El mito del siglo XX],
Munich, 1932, pág. 523.
[17] Primera carta a Theodor
Fritsch, citada más arriba, notas 4 y 6
[18] Der Mythus der 20. Jahrhunderts [El mito del siglo XX],
pág. 55. Esta hostilidad del fascismo hacia los dioses ctónicos, los dioses de
la Tierra, es sin duda lo que lo sitúa más exactamente en el mundo psicológico
o mitológico.
[19] Acerca del neopaganismo
alemán, ver el artículo de A. Béguin, en la Revue
de Deux-Mondes, 15 de mayo de 1935.
[20] Debemos señalar que a
propósito del escritor contemporáneo Ludwig Klages, célebre sobre todo por sus
trabajos de caracteriología, el barón Sellière (De la déesse nature à la déese vie [De la diosa naturaleza a
la diosa vida], Alcan, 1931, pág. 133) emplea la expresión acéphale (acéfalo)... Klages es por otra
parte el autor de uno de los libros más importantes que hayan sido consagrados
a Nietzsche, Die psychologischen
Errumgensschaften Nietzsches [Los progresos psicológicos de Nietzsche],
2ª. ed., Leipzig, 1930 (1ª. ed.: 1923).
[21] Nietzsche, der Philosoph und Politiker [Nietzsche, el filósofo y
el político], Leipzig, 1931; los dos pasajes citados, pág. 98 y 80.
[22] Véase a Seillère, op. cit., pág. 37.
[23] Nietzsche se interesa
generalmente por la belleza del cuerpo y de la raza sin que este interés
determine en él la elección de una comunidad sanguínea limitada (ficticia o
no). El lazo de la comunidad que él encara es sin ninguna duda el lazo místico,
se trata de una “fe”, no de una patria.
[24] La Gaya Ciencia, § 377, bajo el título “Nosotros, los sin patria.”
[25] “Den Mythus der Zukunft dichten!” (“¡Componer
el mito del futuro!”),
escribe Nietzsche en las notas para el Zaratustra
(Oeuvres Complètes, Leipzig, 1901,
tomo XII, pág. 400).
[26]
“Die Zukunft feiern nicht die Vergangenheit!” (“¡El futuro no celebra el pasado!”,
mismo pasaje que la cita precedente); “Ich liebe die Unwiessenheit um die
Zukunft” (“Amo el desconocimiento acerca del futuro”, La Gaya Ciencia, 287),
[27] Œuvres posthumes (Œuvres
Complètes, Leipzig, 1903, tomo XIII, pág. 362).
[28] Así hablaba Zaratustra,
2da. parte, “El país de la civilización”. “Fui expulsado de las patrias y de
las tierras natales. No amo entonces más que al país de mis hijos... Quiero
redimir cerca de mis hijos el haber sido hijo de
mis padres.”
[29] Una revolución tal como la
revolución rusa da quizás la medida. La puesta en cuestión de toda realidad
humana en un trastocamiento de las condiciones materiales de la existencia
aparece de repente como respuesta a una exigencia sin piedad, pero no es
posible prever su alcance: las revoluciones hacen fracasar toda previsión inteligente de los resultados. El
movimiento de la vida tiene sin duda poco que ver con las continuaciones más o
menos depresivas de un traumatismo. Se encuentra en las determinaciones
oscuras, lentamente activas y creadoras, de las que las masas al comienzo no
tienen conciencia. Es sobre todo miserable confundirlo con los reajustes
exigidos por masas conscientes y operadas sobre el plano político por
especialistas más o menos parlamentarios.
[30] Esta interpretación del
“pensamiento político” de Nietzsche, el único posible, fue notablemente
expresado por Jaspers. Remitimos a la larga cita que damos en la reseña de la
obra de Jaspers.
[31] Es la conclusión del apartado
377 de La Gaya Ciencia, “Nosotros,
los sin patria.” Este parágrafo caracteriza con más precisión que ningún otro
la actitud de Nietzsche frente a la realidad política contemporánea.